jueves, 20 de octubre de 2011

Biblioteca Torre del Prado.

La página de la biblioteca del IES Torre del Prado está llena de cosas interesantes. Es aconsejable dar una vuelta por el sitio.





Medio pan y un libro, el discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo.

16/11/2010 - Daniel Cardoso Vian, músico y director de la Escuela Provincial de Música, además de condiscípulo del colegio secundario y amigo del director y editor general de El Fisgón Digital, envió a este medio la copia de un texto memorable de Federico García Lorca. Se trata del discurso que el gran poeta granadino preparó con motivo de la inauguración de la biblioteca pública de su pueblo, Fuente Vaqueros. La locución es de septiembre de 1931, cinco años y dos meses antes de ser fusilado por fuerzas franquistas al comienzo de la Guerra Civil Española. Dice bien Cardoso Vian que es un “texto para guardar”. Para guardar y difundir tantas veces como sea posible, agrega quien aquí escribe. Véase si no.





Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada).


Septiembre 1931.


"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.


Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.


No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.


Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?


¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: "Amor, Amor", y que deberían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, (padre de la revolución rusa mucho más que Lenin), estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía:


"¡Envíenme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!".


Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.


Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más importantes de Europa, que el lema de la República debe ser:"Cultura", porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en los que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz...


Federico García Lorca

El documento completo puede verse aquí.

lunes, 17 de octubre de 2011

Réquiem por el papel.

El título no es mío. Pertenece a un artículo del escritor mejicano Jorge Volpi y que ha sido publicado en la tribuna de el diario El País el sábado 15 de octubre de 2011.








Como ignoro el tiempo que la web de El País conserva sus entradas me permito el hacer un copia y pega en nuestro blog porque me parece de gran interés.






Se reconocen como orgullosos herederos de una tradición legendaria: cada uno lleva a cabo su labor con paciencia y esmero, consciente de que en sus manos se cifra una sabiduría ancestral. Un pequeño grupo dirige los trabajos -elige los títulos, las tintas, el abecedario- mientras los dibujantes trazan figuras cada vez más sutiles y los artesanos se acomodan en silencio frente a sus mesas de trabajo, empuñando estiletes y pinceles, convencidos de que su industria constituye uno de los mayores logros de la humanidad.


¿Cómo alguien podría siquiera sugerir que su labor se ha vuelto obsoleta? ¿Que, más pronto que tarde, su noble profesión se volverá una rareza antes de desaparecer? ¿Que en pocos años su arte se despeñará en el olvido? Los monjes no pueden estar equivocados: han copiado manuscritos durante siglos. Imposible imaginar que estos vayan a desaparecer de la noche a la mañana por culpa de un diabólico artefacto. ¡No! En el peor de los casos, los manuscritos y los nuevos libros en papel habrán de convivir todavía por decenios. No hay motivos para la inquietud, la desesperación o la prisa. ¿Quién en su sano juicio querría ver desmontada una empresa cultural tan sofisticada como esta y a sus artífices en el desempleo?


Los argumentos de estos simpáticos copistas de las postrimerías del siglo XV apenas se diferencian de los esgrimidos por decenas de profesionales de la industria del libro en español en nuestros días. Frente a la nueva amenaza tecnológica, mantienen la tozudez de sus antepasados, incapaces de asumir que la aparición del libro electrónico no representa un mero cambio de soporte, sino una transformación radical de todas las prácticas asociadas con la lectura y la transmisión del conocimiento. Si atendemos a la historia, una cosa es segura: quienes se nieguen a reconocer esta revolución, terminarán extinguiéndose como aquellos dulces monjes.


Según los nostálgicos de los libros-de-papel, estos poseen ventajas que sus espurios imitadores, los libros-electrónicos, jamás alcanzarán (y por ello, creen que unos y otros convivirán por décadas). Veamos.


1. Los libros-de-papel son populares, los lectores de libros-electrónicos son elitistas. Falso: los libros-electrónicos son cada vez más asequibles: el lector más barato cuesta lo mismo que tres ejemplares en papel (60 dólares, unos 44 euros), y los precios seguirán bajando. Cuando los Gobiernos comprendan su importancia y los incorporen gratuitamente a escuelas y bibliotecas, se habrá dado el mayor impulso a la democratización de la cultura de los tiempos modernos.


2. Los libros-de-papel no necesitan conectarse y no se les acaba la pila. En efecto, pero en cambio se mojan, se arrugan y son devorados por termitas. Poco a poco, los libros electrónicos tendrán cada vez más autonomía. Actualmente, un Kindle y un iPad se mantienen activos por más de diez horas: nadie es capaz de leer de corrido por más tiempo.


3. Los libros-de-papel son objetos preciosos, que uno desea conservar; los libros-electrónicos son volátiles, etéreos, inaprehensibles. En efecto, los libros en papel pesan, pero cualquiera que tenga una biblioteca, así sea pequeña, sabe que esto es un inconveniente. Sin duda quedarán unos cuantos nostálgicos que continuarán acumulando libros-de-papel -al lado de sus añosos VHS y LP-, como seguramente algunos coleccionistas en el siglo XVII seguían atesorando pergaminos. Pero la mayoría se decantará por lo más simple y transportable: la biblioteca virtual.


4. A los libros-electrónicos les brilla la pantalla. Sí, con excepciones: el Kindle original es casi tan opaco como el papel. Con suerte, los constructores de tabletas encontrarán la solución. Pero, frente a este inconveniente, las ventajas se multiplican: piénsese en la herramienta de búsqueda -la posibilidad de encontrar de inmediato una palabra, personaje o anécdota- o la función educativa del diccionario. Y vienen más. Por no hablar de la inminente aparición de textos enriquecidos ya no sólo con imágenes, sino con audio y vídeo.


5. La piratería de libros-electrónicos acabará con la edición. Sin duda, la piratería se extenderá, como ocurrió con la música. Debido a ella, perecerán algunas grandes compañías. Pero, si se llegan a adecuar precios competitivos, con materiales adicionales y garantías de calidad, la venta online terminará por definir su lugar entre los consumidores (como la música).


6. En español casi no se consiguen textos electrónicos. Así es, pero si entre nuestros profesionales prevalece el sentido común en vez de la nostalgia, esto se modificará en muy poco tiempo.
En mi opinión, queda por limar el brillo de la pantalla y que desciendan aún más los precios de los dispositivos para que, en menos de un lustro, no quede ya ninguna razón, fuera de la pura morriña, para que las sociedades avanzadas se decanten por el libro-electrónico en vez del libro-de-papel.


Así las cosas, la industria editorial experimentará una brusca sacudida. Observemos el ejemplo de la música: a la quiebra de Tower Records le ha seguido la de Borders; vendrán luego, poco a poco, las de todos los grandes almacenes de contenidos. E incluso así, hay editores, agentes, distribuidores y libreros que no han puesto sus barbas a remojar. La regla básica de la evolución darwiniana se aplicará sin contemplaciones: quien no se adapte al nuevo ambiente digital, perecerá sin remedio. Veamos.


1. Editores y agentes tenderán a convertirse en una misma figura: un editor-agente-jefe de relaciones públicas cuya misión será tratar con los autores, revisar y editar sus textos, publicarlos online y promoverlos en el competido mercado de la Red. Poco a poco, los autores se darán cuenta de la pérdida económica que implica pagar comisiones dobles a editores y agentes. Solo una minoría de autores de best sellers podrá aspirar, en cambio, a la autoedición.


2. Los distribuidores desaparecerán. No hay un solo motivo económico para seguir pagando un porcentaje altísimo a quienes transportan libros-de-papel de un lado a otro del mundo, por cierto de manera bastante errática, cuando el lector podrá encontrar cualquier libro-electrónico en la distancia de un clic. (De allí la crónica de un fracaso anunciado: Libranda).


3. Las librerías físicas desaparecerán. Este es el punto que más escandaliza a los nostálgicos. ¿Cómo imaginar un mundo sin esos maravillosos espacios donde nació la modernidad? Es, sin duda, una lástima. Una enorme pérdida cultural. Como la desaparición de los copistas. Tanto para el lector común como para el especializado, el libro-electrónico ofrece el mejor de los mundos posibles: el acceso inmediato al texto que se busca a través de una tienda online. (Por otro lado, lo cierto es que, salvo contadas excepciones, las librerías ya desaparecieron. Quedan, aquí y allá, escaparates de novedades, pero las auténticas librerías de fondo son reliquias).


4. Unas pocas grandes bibliotecas almacenarán todavía títulos en papel. Las demás se transformarán (ya sucede) en distribuidores de contenidos digitales temporales para sus suscriptores.


¿Por qué cuesta tanto esfuerzo aceptar que lo menos importante de los libros -de esos textos que seguiremos llamando libros- es el envoltorio? ¿Y que lo verdaderamente disfrutable no es presumir una caja de cartón, por más linda que sea, sino adentrarse en sus misterios sin importar si las letras están impresas con tinta o trazadas con píxeles? El predominio del libro-electrónico podría convertirse en la mayor expansión democrática que ha experimentado de la cultura desde... la invención de la imprenta. Para lograrlo, hay que remontar las reticencias de editores y agentes e impedir que se segmenten los mercados (es decir, que un libro-electrónico solo pueda conseguirse en ciertos territorios).


La posibilidad de que cualquier persona pueda leer cualquier libro en cualquier momento resulta tan vertiginosa que aún no aquilatamos su verdadero significado cultural. El cambio es drástico, inmediato e irreversible. Pero tendremos que superar nuestra nostalgia -la misma que algunos debieron sentir en el siglo XVI al ver el manuscrito de Las muy ricas horas del duque de Berry- para lograr que esta revolución se expanda a todo el orbe.


Exceptuando la referencia al brillo de las pantallas, (los lectores de tinta electrónica tienen pantallas sin brillo desde su inicio) estoy completamente de acuerdo con todo lo que dice.